jueves, 28 de mayo de 2015

Guerra y paz en el país de las mil islas




Los que vivimos en tierras que no han sido castigadas desde hace muchísimo tiempo por uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis, la Guerra, solemos tener el pensamiento de Susanita, la de Mafalda, cuando, después de leer las desgracias mundiales, espeta: "¡Aaaaah!.., ¡Por suerte, el mundo queda tan, tan lejos!...".

lunes, 11 de mayo de 2015

Un tesoro en una maleta




El padre de mi amiga Nieves, José Salguero, no se separaba nunca, en los continuos viajes que hacía, de una pequeña maleta en la que decía que guardaba un tesoro. El tesoro era motivo de bromas en la familia, y unos apostaban por las joyas de la corona, poco menos, y otros, por flejes de billetes bien colocaditos, como se ven en las películas. Cuando el padre de Nieves murió y abrieron la maleta, encontraron, sí, un tesoro inesperado: cuatro poemas inéditos y manuscritos de Ramón Perelló.

lunes, 4 de mayo de 2015

El hombre que hablaba en gerundio:




Mi profesor de Historia de la Filosofía en la Complutense de Madrid se llamaba Don Adolfo Muñoz Alonso y era todo un personaje. Bajito, pero con una mirada fiera de gigante y una personalidad arrolladora, protagonizó alguna de las escenas más curiosas de aquellos años. Como cuando en pleno mayo del 68, en un vestíbulo de la facultad de Filosofía repleto de asamblearios en huelga, se presentó, más chulo que un torero, con la camisa azul de falange. O como cuando, el primer día de clase, nos decía que, si solo veníamos a por el aprobado, ya nos podíamos ir porque él nos lo daba, "Junto con mi desprecio", añadía. Ninguno se atrevió nunca a pedírselo.

Eso sí, era, como todos mis profesores, un cultivador de la palabra precisa, un excelente orador que soltaba sus frases mirándonos fijamente, vocalizando con una voz clara y tonante y haciendo las pausas justas, como aquel que echa una piedra al agua y se queda después mirando las ondas resultantes. Preocupado por el buen hablar, un día nos dijo: "¡Cuidado con los gerundios porque son el servicio doméstico del lenguaje! Y ya sabemos que el servicio doméstico es el que menos servicio presta".

Me acordé de Muñoz Alonso y de su frase la otra noche , en la cena de los viernes con los amigos, en la que Manolo nos contó que su dentista hablaba en gerundio. "Sentándose", dice nada más verlo entrar en la consulta. "Abriendo la boca...", "Encontrando una caries...", "Enjuagándose...", sigue desgranando después gerundio tras gerundio. Según la teoría de Manolo, el padre del dentista repartió entre sus hijos las funciones gramaticales e, igual que a éste le tocó el gerundio, a otros el participio o el pretérito perfecto.

Todos nos reímos, claro, pero luego pensé que la teoría de Manolo no es tan disparatada. Nada más echar un vistazo alrededor y oír a los que nos rodean, es fácil sacar un catálogo de tipos que tienen también una especialidad gramatical definida. Les pongo una muestra, elegida al azar:

El hombre que habla en esdrújulas: Las reparte alegremente en escritos, discursos y, sobre todo, panegíricos: "Es un autor prolífico, honorífico y de carácter libérrimo", dice, por ejemplo. Es, por supuesto, más partidario de la república que de la monarquía, y su héroe es Don Mendo, en la escena en la que dice: "Siempre fuisteis enigmático, y epigramático, y ático, y gramático y simbólico. Y, aunque os escucho flemático, sabed que a mí lo hiperbólico no me resulta simpático".

El hombre que habla en adverbios: Se le llena la boca con todos los terminados en "mente", cuanto más largos, mejor: trascendentalmente, ultraexclusivamente, escatológicamente, transgenéricamente, pluscuamperfectamente...De esta manera consigue alargar un discurso que duraría 5 minutos en uno de media hora. Su heroína sería la "Heredera con demasiado tiempo libre" del libro de Belén Barroso (lo comenté aquí), que en un determinado momento dice: "No tengo excusa, lo sé, pero había amanecido un día extraordinariamente soleado, me pareció que el campo de batalla se encontraba inusualmente tranquilo y me sentí súbitamente aventurera, además de profusamente adverbial, como habrás advertido".

El hombre que habla en infinitivos: Su terreno son los discursos políticos y, ahora que estamos en elecciones, está en su salsa, soltando infinitivos a granel al empezar sus frases, como quien siembra margaritas: "Decir que vamos a arreglar esto y lo otro, decir que vamos a regalar hasta las cotufas del cine a quien nos vote, decir que los otros lo hacen peor..." Su personaje favorito es, lógicamente, Lola Flores y su frase lapidaria en la boda de Lolita: "¡Si me queréis, irse!".

El catálogo se haría mucho más largo con "el hombre del ya si eso", "el hombre de las palabrotas", "el hombre der sordado y la farda", "el hombre de los emoticonos", "el hombre del dequeísmo y el queísmo" (y quien dice "hombre" dice "mujer", eh) y con todos los que asesinan impunemente la lengua, esa herencia que se nos entrega de pequeños y que son "las manos con que amasamos el mundo de las relaciones humanas". Aristóteles -otro cuidador de las palabras- ya nos dijo que el hombre es social precisamente porque se le ha dado el tesoro del lenguaje, que nos sirve para hablar de lo justo y lo injusto, de lo bueno y de lo conveniente. Y en vez de cuidarlo con esmero, como se cuidan todas las herencias, lo destrozamos y ninguneamos. "Hemos olvidado el privilegio de esa conquista por la que somos una especie distinta entre los animales", que diría otro de mis profesores, don Emilio Lledó.

Así que decir que enfureciéndome yo sobremaneramente con estos mayúsculos despropósitos.




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