Aunque parezca que no, los niños de mi generación vivimos en el
lejano Oeste, donde los hombres son hombres. En aquellos tiempos de no-tele,
antes muertos que perdernos los domingos el cine de las 4, en el que las
películas de indios y vaqueros nos transportaban a un mundo diferente y
fascinante.
Visto desde la distancia de los años, ahora el lejano Oeste me parece tan
cercano como aquella cocina de mi casa. Yo juraría haber ido a caballo en un
rojo atardecer a los pies del Gran Cañón y me suena haber tenido una amistad
antigua, de tú a tú, con Gary Cooper, John Wayne y James Stewart, el hombre que
no mató a Liberty Valance.
Nosotros fuimos el forastero que empuja la puerta del saloon, lo cruza ante
la mirada de los jugadores del fondo, llega a la barra y pide, chulo, un vaso de
leche. Nosotros estuvimos en todos los duelos, con el alma en vilo, pendientes
hasta el último segundo del dedo a punto de apretar el gatillo. Antes de que
vinieran los tiempos en que los indios ya no eran los malos y no te iban a
arrancar la cabellera (Cantinflas los anticipó en “Por mis pistolas”, ligando con
Wynona, la hija del Gran Jefe, a la que él llamaba “Güenona”), a nosotros se nos
erizaba el pelo cuando, yendo por las inmensas llanuras, atisbábamos allá a lo
lejos, sobre la escarpada montaña, la figura impertérrita de un indio a caballo.
O, más amenazante, un penacho de humo que auguraba la guerra. Toro Sentado,
David Crockett, el General Custer, Billy en Niño, el 7º de Caballería, todos los
sioux juntos… eran como de la familia.
¡Y las mujeres! Al pescante de las diligencias, allá iban, a la conquista del
Oeste, sucias, sudorosas pero guapísimas, arre p’alante. Y entre todas ellas, la
historia nos ha dejado en un lugar privilegiado el nombre de Calamity Jane.
Así como mi primera Jane favorita es totalmente real y la segunda, totalmente
irreal, esta tercera Jane es a medias real y a medias ficción. Existió realmente
desde el año 1852 a 1903 con el nombre de Martha Jane Cannary-Burke, y fue una
de esas mujeres pioneras que lucharon codo con codo, de igual a igual, con los
hombres en gestas heroicas, allá en las praderas. Disparaba, vestía chaqueta y
pantalones, mascaba tabaco y se acostó con quien quiso. Fue exploradora,
buscadora de oro, trabajadora en la construcción del ferrocarril y soldado del
ejército. Se le atribuyen historias más o menos confirmadas, como cruzar a nado
un río y viajar después 90 millas, empapada, para entregar un parte; o salvar
una diligencia del ataque de los indios. Y así se convirtió en leyenda y, como
todas las leyendas, mucho de lo que se dice de ella es producto de relatos
transmitidos boca a boca, incluso de las muchas versiones, a veces distintas,
que ella misma inventaba, historias imaginadas y contadas en noches frías
alrededor de un fuego de campamento.
Yo la conocí en una película musical y edulcorada del año 53 protagonizada
por Doris Day y que aquí se llamó “Juanita Calamidad”. La han interpretado
después en películas y series de televisión Anjelica Huston, Jane Birkin, Carol
Burnett, Ivonne de Carlo, Jane Russell… Pero mi Calamity Jane es la del
cómic de Lucky Luke, escrito por Goscinny e ilustrado por Morris en 1971, que
incluye también su vena fabuladora: después de contarle a Lucky Luke su vida,
advirtiéndole: “Hay que decir que soy bastante embustera”, la
vuelve a contar en el saloon animándolo con un “¡Únete a nosotros, es una
versión nueva!”. La Calamity Jane de Goscinny no dice una frase sin
palabrotas; si la llaman dama, contesta “No suelte burradas”; llega a
regentar un saloon en el que hace tragar a golpe de escopeta las galletitas
incomibles que prepara: “¡Las galletitas o las balas!¡Elegid!”, a lo que
uno de los presentes, abriéndose la camisa, dice: “¡Dispara!”; y el
resultado de recibir lecciones de modales de un desternillante personaje
igualito a David Niven es “¡Si no me haces un besamanos te doy con la
culata de mi carabina en tu cxzy/&h cabeza!”. Pero es leal y valiente y
hace huir a los indios que huyen despavoridos al grito de “¡Squaw
majara!”. Al final, se va porque “a mí me van el movimiento, la aventura…
¡No estoy hecha para estarme quieta!”.
Las Calamity Jane abrieron un camino por el que muchas otras mujeres han
caminado después, un camino en el que no iban tras los hombres, sino al lado,
responsabilizándose por igual de logros y de fallos en la construcción de
nuestro mundo. Y, si aún quedan personas que se permitan olvidarlo, las Calamity
Jane actuales las mirarán severamente y dirán, sin levantar la voz pero con un
acento en el que laten los ecos amenazantes de aquel Oeste lejano: “¡Yo de ti
no lo haría, forastero!”.