Hace 4 años por la gripe A se pretendió que dejáramos de besarnos. Este fue mi alegato en contra.
Una pertenece, dentro de un orden, eso sí, a la gran muchedumbre besucona, tocona y achuchona. Por eso, como que me da un poco de canguelo el ver todos esos carteles en aeropuertos, colegios y lugares públicos, que, para prevenir el contagio de la gripe A, te dicen que ni besos ni abrazos ni apretones de mano ni mandangas de esas. Si te ves con alguien, aunque sea tu íntima amiga perdida a la que de pronto encuentras en una isla desierta, una inclinación de cabeza de lejos y vas que chutas ¿Cómo se puede ser tan insensible?
¿Se imaginan un mundo sin besos? Cuando trabajaba en el Instituto, todas las
mañanas había un festival de besos entre alumnos, muac, muac, como si hiciera
siglos que no se veían. ¿Qué harán ahora? ¿Y qué harán los rusos que no se
conforman con uno ni dos, sino que, pensando que más vale que sobre que no que
falte, se besuquean seis veces? ¿O se impondrá el beso esquimal como más
aséptico, nariz contra nariz? ¿O, todavía peor, el de una tribu del norte de
Malawi, los Ngá, de la que hablaban el otro día por la radio en “Hoy por hoy”,
en la que los hombres se dan mutuamente un saludo peneano (eso mismo, se agarran el pene uno al otro tal cual si fueran las manos) y las mujeres un
achuchón en el pecho?
¿Y las canciones? ¿No perderían un buen filón? No tendría sentido, por
ejemplo, lo de “cuando vuelva a tu lado, no me niegues tus besos, que el
beso que has negado ya no lo puedes dar…”. Aunque ésta seguía
después con “une tu labio al mío…”, así en singular, que hace pensar en
un beso a media bemba, aunque beso al fin y al cabo. Sí que serviría en cambio
lo de “Bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez…”,
porque, después de tanto besuqueo, te da la gripe y la palmas.
¿Y el arte sin besos? Ver una escultura como “El beso” de Rodin o una
fotografía tan tierna y entregada como la célebre de Doisneau de una pareja
besándose en París sería como ver una pintura rupestre, una escena perdida sin
remedio en la niebla de la historia.
¿No estarán detrás de esa campaña antibesos las monjas de mi colegio y sus
congéneres, que nos decían que no nos dejáramos coger ni la mano porque después
venía el codo y después vete tú a saber qué? Ese “vete tú a saber qué” nos llevó
precisamente a muchas por el camino de la perdición.
Un mundo sin besos se me antoja un mundo más frío, más peligroso e
infinitamente peor que un mundo griposo. Así que yo, por lo menos, espero seguir
dando y recibiendo besos a diestra y siniestra, escogidos, eso sí. En el mismo
programa de radio del que hablé antes preguntaban sobre el tema a los niños de
un colegio y una niña decía: “Pero yo a mis papás y a mis abuelos sí que los
voy a seguir besando porque es preferible contagiar a la familia que a
los amigos…” Y es que, como dice la copla, “un beso de amor no se lo
dan a cualquiera”.