Los isleños, y yo creo que todos los canarios, tenemos un sentimiento de amor
incondicional por el Teide. Al Teide que ni nos lo toquen. ¿El Mulhacén, el Mont
Blanc, el Everest…? Simples montañitas.
Aunque aquí rara vez hemos visto nevar, todos hemos ido desde pequeños a
mojarnos el culo en la nieve. Todos hacemos, al menos una vez al año, una visita
por devoción a esa inmensidad que son Las Cañadas. Muchos hemos subido a su
cumbre y nos hemos quedado por la noche en el Refugio de Altavista para ver
amanecer desde el Pico entre fumarolas de azufre, una experiencia que todo
canario que se precie debería hacer al menos una vez en la vida como si fuera la
visita a La Meca de los musulmanes.
Ese Teide, además, son mil Teides distintos. El Teide desde La Orotava, pero
también desde Icod, desde La Punta del Hidalgo, desde el sur… ¡Esa vista
soberbia desde La Gomera o desde Gran Canaria, ese Teide nevado, nublado, lleno
de sol, siempre impresionante! A menudo cuento la anécdota de mi sobrino cuando
tenía unos 3 años que, yendo por la autopista hacia el Puerto de la Cruz, lo vio
a su izquierda a la altura de Guamasa y preguntó. “¿Qué es eso?”. Le dijimos que
el Teide y al ratito lo vio, inmenso, enfrente cuando ya enfilábamos La Orotava.
“¿Y eso?”. “El Teide”, volvimos a responderle. Él se quedó pensando y con lógica
infantil preguntó: “¿Los Teides caminan?”.
Ese Teide de los poetas, el que enamoró a Braulio con la arrogancia de sus
perfiles airados, el que hizo pensar a Hamlet Lima Quintana y a Enrique Llopis
que habitaba Dios allí, el gigante con el que Crosita comparó a las mujeres
canarias, mucha nieve en el semblante y fuego en el corazón, es también mi Teide
familiar.
A sus faldas, en el Astrofísico, cuando mi marido trabajaba allí hace más de
30 años, pasé muchas noches, viendo un cielo limpio y llenísimo de estrellas que
parecían caerse sobre nuestras cabezas. Incluso una noche vimos y luego captamos
al telescopio, alejándose de la Tierra, un objeto volador que, desde luego, no
identificamos. He caminado, y lo sigo haciendo, en abril y mayo por sus caminos
para ver los tajinastes en flor. Y hemos ido a comer o a merendar bajo su sombra
muchísimas veces que, cuando las recuerdo, siempre me traen momentos felices y
me hacen sonreír. Como aquella vez , con mucho frío, que fuimos toda la familia
y mi madre apareció con una olla exprés grandísima llena de potaje y un montón
de cuencos. Todos nos reímos y le dijimos que a quién se le ocurre… Pero no
sobró ni una cucharada y todavía recuerdo su sabor.
Cuando estudiábamos fuera y veníamos en vacaciones, los canarios en el avión
siempre preguntábamos a los de la ventanilla: "¿Ya se ve el Padre Teide?”. “Ya se
ve”. Estábamos en casa.
(La foto la hice en el verano del 68 subiendo caminando al atardecer
(entonces no había Teleférico) hacia el Refugio de Altavista. En ella se puede
ver la sombra del Teide sobre Las Cañadas)