Esta fue hace 4 años la presentación de mi marido y su afición a las palomas, a las que les dice piropos que nunca me ha dicho a mí. En la foto ante el palomar con un palomo, "padre de 2 hijos viajados desde Cabo Ghir (África, a 661 Km. de aquí) ¡Una preciosidad!"
Tengo un marido palomero. Algo así como Don Pantuflo Zapatilla, el padre de Zipi y Zape que, no sé si lo recuerdan, pero era catedrático de Colombofilia. Lo que no sabe mi marido de palomas cabe en una hoja parroquial.
Los palomeros son una secta extraña que, haciendo caso
omiso al hecho de que la paloma es el símbolo de la paz, desprecian a las
palomas de los parques por ser bastas y odian a muerte a los palomos buchones
por ser unos tenorios que les roban a sus palomas. A las únicas que adoran, y de
ellas se pueden pasar horas hablando, es a las palomas mensajeras, para ellos,
las palomas finas, usando el término “fino” en el mismo sentido en que, cuando
nació mi hija, me lo dijo una señora de La Palma, muy discreta ella: “Tu hija,
con perdón, es mucho más fina que tú”.
Algunos conocidos, bien intencionados supongo, me han dicho, después de la
consabida frase “ahora que tienes tiempo”, que podría ayudar a mi marido en su
afición. Yo imagino que nos ven de una manera idílica como si fuéramos San
Francisco y su acólita, rodeados de palomas que picotean granitos de nuestras
manos, como en aquellas fotos que la gente se hacía antes en el Parque de Mª
Luisa de Sevilla. Y nada más lejos de la realidad.
Los palomeros dedican el 60% del tiempo (que es bastante) a limpiar mierda de
paloma, hablando también finamente. El 40% restante lo dedican a entrenarlas y a
descoyuntarse el cuello mirando al cielo. Si las palomas llegan bien de Las
Palmas, Arrecife, Gran Tarajal, Cabo Juby o altamar, se felicitan por radio, hay
gritos de júbilo y lo celebran como si ellos fueran los que hubieran volado y no
los pobres bichos. Si tienen suerte, incluso pueden darles ¡una copa!. Que,
además, hay que poner en la sala, faltaría más (pero, ¿no la ganaron las
palomas? ¿Por qué no ponerla en el palomar?). Las copas suelen ser bastante
grandes y estar coronadas por una paloma dorada a veces.
Si las palomas no llegan, hay llanto y crujir de dientes, sin tener en
cuenta lo que yo le digo a mi marido, que a ellas también les gustan los
viajitos y que también tienen derecho a echar una plumita al aire por tierras
marroquíes. O que, en el peor de los casos, siempre pueden acabar en un arroz
moro o en una pastela de pichón, lo cual puede ser un digno colofón a su carrera
deportiva. Pero creo que nada de esto lo consuela.
Así que, como se ve y desoyendo los buenos consejos de mis conocidos, en mi
jubilación no voy a formar parte de un triángulo amoroso marido
palomero-palomas-yo. Es lo mejor (como dice el bolero “Llévatela”) por el bien
de los tres. Y rimando, es demasiado estrés.
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