lunes, 15 de abril de 2024

Un buen mutis


Mi Instituto el jueves pasado

Hace unos 20 años, en un abril primaveral, las profesoras del Instituto acordamos irnos de comida alrededor del Día de la República. El evento nos gustó tanto que decidimos instituirlo para años posteriores y esta última semana volvimos a reunirnos, como cada abril y ya todas jubiladas, alrededor de un puchero en La Laguna. Siempre lo pasamos muy bien porque nos ponemos al día, rememoramos el pasado sin acritud y nos reímos un rato con anécdotas y vivencias compartidas. Además esta vez, cuando ya nos íbamos, se nos acercó una chica diciendo: "¡Pero si están aquí juntas mis profesoras preferidas!", dándonos un abrazo a las de lengua, inglés, música y filosofía ¿Qué mejor broche que saber que hemos dejado un buen recuerdo?

Quiso la casualidad que ese mismo día la periodista Luz Sánchez-Mellado publicara un artículo titulado "Saber irse", precisamente sobre la jubilación y los jubilados. Habla de los que se van jubilosamente sin pena ni gloria, de los que aparecen por el curro alguna que otra vez y de los que se creen tan imprescindibles que no aceptan pasar a un segundo plano y creen que después de ellos, el caos. Ella dice: Personalmente, aspiro a hacer un discreto mutis por el foro, disfrutar de la bolsa y la vida que me queden, y dejar un buen recuerdo en la gente a la que di, y me dio, lo mejor de mí misma. Creo que todas mis compañeras jubiladas y yo suscribiríamos sin dudarlo sus palabras.

Es verdad que se necesitan fuerzas para dejar algo que consideras tuyo, el entorno que has creado y al que le has dado tus mejores años. Pero, si lo pensamos, nos pasamos la vida haciéndolo. Primero, abandonamos el colegio con todo lo que significaba; después, la universidad y la casa familiar que de repente deja de ser "tu casa", ya sin tus cosas, ni tu cama, ni tu habitación; luego, el lugar de trabajo, años y años (en mi caso, 22 en el último) sintiéndolo propio, llenándolo de proyectos, fabricando recuerdos, conociendo a gente que te importa, Como dije con el poema de Angel González al final de la charla con la que me despedí en mayo de 2008, todo esto será un día / materia de recuerdo y de nostalgia. / Volverá, terca. la memoria una y otra vez a estos parajes, / lo mismo que una abeja / da vueltas al perfume / de una flor ya arrancada. / Inútilmente.

Muchos fuimos alguna vez por algo puntual al centro a poco de jubilarnos y, cuando se nos ocurrió pasar por la sala de profesores, ya no conocíamos a nadie. No es por nada pero Heráclito tenía toda la razón. No nos podemos bañar dos veces en el mismo río, decía. Si cambiamos "río" por "instituto", no podemos ir después de la jubilación otra vez al mismo instituto en que dimos clase porque ya no es aquel instituto y, lo que es peor, nosotros ya no somos tampoco los mismos.

Y es que la vida al final consiste en una sucesión de mutis que nos preparan para el mutis final. Habría que planearlo entonces con dignidad, no desperdiciando el tiempo generoso que se nos ha concedido, celebrando la amistad con comidas de pucheros o lo que se tercie y procurando dejar buena huella en aquellos que nos han conocido. Lo mejor de un actor o actriz en el gran teatro del mundo es hacer, después de una interpretación memorable, un buen mutis por el foro.


El puchero de la última comida


martes, 9 de abril de 2024

La arrancadilla



La arrancadilla es un canarismo que usamos aquí cuando estamos de copas al final de una reunión agradable y, aunque sabemos que ya tenemos que irnos, lo estamos pasando tan bien que nos apetece alargar el momento y decimos: "¿Nos echamos la arrancadilla?". Y tomamos otra copa (la última y la mejor) antes de despedirnos.

Esta expresión me viene a mí a la mente en otra situación muy distinta: cuando estoy soñando algo agradable, metida en una historia de la que no quiero salir, y en ese momento, riiiiing, suena el despertador. El ratito entre el sonido que te avisa de que es la hora y el paso en el que definitivamente te levantas, es también mi arrancadilla propia, el momento que alargo entre el sueño y la vida. Oigo llegar el día en un duermevela medio lúcido -restos del sueño colándose por los entresijos del pensamiento- y reúno imágenes para organizar horas, despejar miedos y agrupar esperanzas.

No sé si a todo el mundo le pasa igual, pero hace un par de meses el escritor Manuel Vicent hace en su columna semanal una confesión parecida. Imagina un día perfecto que empieza en ese instante de agradable somnolencia arrullado por el canto de los mirlos (que también cantan cerca de mi ventana). Ese día perfecto, que vislumbra en su arrancadilla particular, incluye la conciencia de que no le duele nada en el cuerpo ni en el alma, un paseo junto al mar con un sol amoroso de 25º, una cerveza fría y unas aceitunas amargas en una terraza a la sombra de unos plátanos, la lectura de un periódico en el que no habría noticias de niños destrozados por las bombas ni políticos rebuznando, una comida divertida con amigos... y, al final del día, quedarse dormido con las gafas caídas en la punta de la nariz y unos poemas de Walt Whitman entre las piernas.

En mi arrancadilla hay sitio para sueños, pero también imágenes desperdigadas de los últimos días: el milagro de encontrar ¡en abril! el duraznero lleno de duraznos, conocer a alguien nuevo que me cuente su historia, la risa ante un buen chiste, la alegría de organizar una comida con los amigos en la que se habla de todo, una buena conversación por teléfono, pensar en un regalo que le haga ilusión a mi sobrina-nieta que cumple 15 años (al final, "Memorias de Idhún" de Laura Gallego), la lluvia mojando la tierra y despertándome definitivamente con su repiqueteo hacia el día que se abre.

No hay días perfectos, como el que imaginó Vicent, porque la vida no lo es. Pero sí hay ratos sublimes a los que aferrarse para darle sentido a todo. Lo mejor de esta semana: llevar desde las 3 del domingo hasta las 8 del lunes esperando que venga al mundo Lucía, la más pequeña de la familia, nieta de mi hermana e hija de Isa y Javi. Casi 30  horas en que todos los que la queremos ya, hemos estado pendientes del wasap y del teléfono (contracciones aún irregulares, registro todavía suave, acaba de romper bolsa, borrado total, ya con epidural, 5 de dilatación, ya va la cosa, ¿todavía nada?, me da que salió a ti y está ahí tan ricamente y como no se le empuje..., pues le irá bien en la vida...). Y luego el nacimiento ¿Hay momento más emocionante que ese? Y piensas que Lucía se ha echado una arrancadilla de 30 horas largas, pero es la mejor, la que te enfrenta a la vida y sus retos, dejando atrás la nada. Bienvenida a la familia y al mundo, mi pequeñita. Que te sea tan grato como lo has imaginado en tu duermevela.

lunes, 1 de abril de 2024

Los misterios del arte


De vez en cuando (y ahora en marzo ha sido una de ellas) estudio con mi nieta mayor que está en 3º de Bellas Artes. Nos viene bien a las dos porque yo la ayudo a hacer esquemas y a memorizar y ella me cuenta cosas interesantes del mundo del arte. Por ejemplo, ¿cómo se concibe un cuadro abstracto? ¿Cómo un pintor como Picasso pasa de pintar un cuadro tan detallista como "La primera comunión" al cubismo de "Las señoritas de Avignon"? Podría parecer un capricho del pintor o una conquista de la libertad creativa, pero mi nieta me explica que puede haber otras causas. Sí, Aba -dice-, cuando empezamos a subirnos a los aviones o a los coches por primera vez a principios del siglo XX, nuestra visión del mundo se aleja del aquí y el ahora, de lo concreto. Por primera vez vemos las cosas lejanas y desde arriba; o la velocidad del coche hace que las cosas se difuminen alrededor. Es el mundo el que se vuelve cada vez más abstracto, y eso lo capta el artista.

Mira tú, y una, que no es muy versada en arte, pensando que la cosa iba de dominar y combinar sabiamente los colores (tal como hace en la imagen inicial la artista Ana Pérez Duque) y que sea el espectador quien lo interprete. Recuerdo estar en el Museo Gulbelkian de Lisboa hace años ante un cuadro totalmente naranja intentando traducirlo como "Alegría" o "Atardecer", mientras mis hijos adolescentes apuntaban a "Crema de zanahorias" o "Jugo de naranjas". Tengo un amigo que pinta muy bien cuadros abstractos y me pide que le ponga título y me imagino sus risas cuando le sugiero "Esqueleto", "Flor en el pavimento" o "Cristo de La Laguna" para el mismo cuadro. Y lo mismo pasa con autores famosos como Malévich, que tiene "Cuadrado blanco" o "Cuadrado negro", tal cual. 

Normalmente ante una obra de arte me guío por si me gusta o no ¿Pondría este cuadro en mi casa? Me gusta visitar exposiciones y tengo varios cuadros abstractos en casa que me transmiten sensaciones placenteras y una cierta idea de belleza. Mi nieta (Eva de José) hace unos días me regaló por mi cumpleaños un cuadro con unas flores azules (imagen final). Le pregunto que por qué azules ¿Será porque el azul transmite calma y serenidad y eso es lo que quería ella expresar? Me dice que no, que son azules porque, cuando las pintó, ese era el único color que le quedaba en las acuarelas.

Los misterios del arte son insondables. Ah, y la artista que pintó el cuadro de colores inicial (Ana Pérez Duque) es mi sobrina nieta y tiene 3 años.




lunes, 18 de marzo de 2024

Héroes cautelosos



Desde el año 2008  en el que lo escribió en su Blog.viene rodando por las redes un vídeo donde el escritor Hernán Casciari habla de un tema curioso: la influencia del móvil en la literatura. Cuenta que, cuando su hija pequeña le escuchó el cuento de Hansel y Gretel, en ese momento angustioso en el que los niños se ven perdidos en el bosque porque los pájaros se han comido las miguitas de pan con las que habían señalado el camino de vuelta, ella dijo: "No importa. Que llamen al papá por el móvil". Y él pensó entonces por primera vez en lo distinta que hubiera sido la literatura si el móvil hubiera existido desde siempre.

Cualquier historia clásica, dice, cambiaría totalmente si pusiéramos un móvil en el bolsillo del protagonista. Penélope no esperaría con incertidumbre a Ulises, Caperucita alertaría a la abuela, Tom Sawyer no se pierde en el Mississippi, Gepeto recibe una alerta de la escuela diciéndole que Pinocho no llegó por la mañana... Si Julieta hubiera tenido móvil, le habría escrito un mensaje de texto a Romeo diciéndole: "Me hago la muerta pero no estoy muerta. No te preocupes ni hagas idioteces. Besos".

Cuando leí esto, me puse enseguida a repasar obras literarias y Hernán Casciari tiene toda la razón. En "Crónica de una muerte anunciada" a Santiago Nasar lo hubieran avisado con tiempo de que lo iban a matar y no habría habido muerte que anunciar; en "De los Apeninos a los Andes" Marco no hubiera perdido nunca la pista de su madre; en "El señor de los Anillos" todos sabrían que "por ahí no vayan, que hay orcos"; Rapunzel no se habría pasado tanto tiempo en la torre y el Conejo Blanco no habría tenido tanta prisa, porque habría mandado un wasap avisando que llegaba tarde.

Pero Casciari sigue diciendo: ¿No estaría acaso ocurriendo lo mismo en la vida real, no estaríamos privándonos de aventuras novelescas por culpa de la conexión permanente? Y termina: Nuestras tramas están perdiendo el brillo -las escritas, las vividas, incluso las imaginadas- porque nos hemos convertido -por culpa del móvil- en héroes perezosos.

Y en esto último no sé si no darle la razón. Pienso que los verdaderos aventureros -aquellos que, por ejemplo, se apuntaban a ir a la Antártida con Shackleton tras el mensaje "Se buscan hombres para viaje peligroso (...), retorno ileso dudoso"-, siguen existiendo. Tengo amigos  que acaban de llegar del desierto o de ver las pirámides y otros que se van a caminar por el Gran Cañón del Colorado. Sé de muchos que no se asustan de nada y afrontan cualquier reto con valentía. Mi aventura de esta semana: ir en una ambulancia al lado del conductor viendo a los coches apartarse a los lados como las aguas del Mar Rojo. Después oír y vivir las historias en los pasillos de Urgencias.

Somos héroes, sí, porque está en la naturaleza humana el amor a la aventura y porque la verdadera aventura es vivir la vida. Y para eso el móvil nos ayuda, nos avisa, nos conecta ¿Por qué vivir peligrosamente, si podemos hacerlo teniendo cuidado?  Así que, más que perezosos, nos hemos convertido en héroes, sí, pero cautelosos.

lunes, 11 de marzo de 2024

Los límites de mi mundo



Los grandes genios de la humanidad no son solo los que descubren teorías con las que explican el mundo, sino aquellos que trascienden los límites de la ciencia y llegan al pueblo llano. Antes de Darwin nadie hablaba de evolución y ahora cualquiera dice que hasta su peinado ha evolucionado. El inconsciente o el ego eran términos desconocidos por la gente de a pie antes de Freud y estoy segura de que el término alienación o proletariado no era usado por nuestros retatarabuelos antes de Marx. Incluso el imperativo moral, término de Kant, aparece a cada rato en los periódicos como algo asumido por todos (o, por lo menos, nombrado).

Y lo mismo pasa en el día a día de cada uno de nosotros, porque, a nivel mucho más modesto, hay palabras que nos abren mundos. Por ejemplo, yo que ahora estoy yendo a pilates por prescripción médica (la edad no perdona), me he adentrado en otra realidad y ya manejo palabras que hace dos meses ni conocía: retroversión, anteversión, cuadrupedia, table top (eso es pierna a 90º), pies en flex... Hay zonas del cuerpo que tenía olvidadas y que ahora salen a la luz, como las escápulas, los gemelos, los isquiones, los serratos o el transverso. Y me veo sometida a una máquina (heredera, seguro, de aquellas de tortura medievales), a la que llaman el Reformer, no sé por qué (imagen inicial). Con todo, es una nueva experiencia que está resultando instructiva, sana y hasta divertida, porque tenemos a Katia, una instructora fantástica con una paciencia infinita, y porque las otras 4 compañeras y yo, todas de cierta edad, nos lo tomamos con un humor que nos lleva a no querer perdernos ni una sola clase.

Ludwig Wittgenstein, otro gran pensador, fue un filósofo millonario que renunció a su fortuna para dedicarse a ser maestro de escuela y entender cómo los niños aprendían a leer, cómo penetraban en ese mundo del lenguaje leído. Yo, que aprendí a leer a los 3 años con mi madre (no entré al colegio hasta los 6) recuerdo a esa edad el maravilloso descubrimiento de la palabra escrita y el darle la lata a mi madre para que me enseñara más y más. Wittgenstein acuñó en su "Tractatus" una frase que resume todo esto: Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Con las palabras, no solo nombramos cosas, sino también nos relacionamos con el mundo nombrado y con los demás.

Por eso propongo explorar de la mano del lenguaje otros mundos, ya sea el pilates, el ganchillo o el idioma japonés. Da igual la edad que tengamos, siempre hay que estar dispuestos a aprender y las palabras son puertas que nos abren a otras realidades que ensanchan nuestras fronteras. Nunca será tarde para estar dispuestos a encontrar otros lenguajes, otros límites, otros mundos.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       

lunes, 4 de marzo de 2024

Agua que cae del cielo



Esta semana por fin ha llovido. Y no una lluvia mansita de esos chipichipi que a la media hora se olvidan, no. Ha sido una lluvia decidida y valiente que ha repiqueteado en las claraboyas de casa y ha dejado olor a tierra mojada, los suelos brillantes, el aire limpio y el alma contenta. Los benditos alisios han cumplido su papel, alejando arenas del desierto que este año, como nunca, nos han tenido asfixiados.

Ahora que los periódicos anuncian calamidades en forma de guerras y otras catástrofes parecidas, tal vez tendríamos que pensar en que el verdadero peligro, la mayor amenaza para la seguridad y supervivencia de los humanos, es la escasez de agua, un recurso que damos por descontado hasta que un día abrimos el grifo y constatamos que, mecachis en la mar, no sale ni una gota. Piensen en la población mundial, cerca de 8.000 millones de personas, consumiendo enormes cantidades de agua dulce (solo el 2,5% del agua de la tierra lo es), en las reservas originales agotándose, las temperaturas creciendo y las precipitaciones escaseando (por no hablar de los ríos que van a dar a la mar, toda esa gran pérdida): este es el panorama actual y lo que debería ser la auténtica preocupación de todos los gobiernos.

Por eso me gusta tanto cuando somos los ciudadanos de a pie los que empezamos hablando de ello y damos ejemplo, poniendo nuestro granito de arena. Como ese invento alemán de una bicicleta con un tambor adosado para lavar la ropa, a la vez que haces ejercicio (ahorra un 70% de agua). O como mi amiga Rocío que un día calculó el volumen de agua que se perdía en su casa cuando esperaban que se calentara para ducharse: ¡5 litros! 5 litros por cada persona y día. Multipliquen por un año y quedarán tan impactados como quedó ella. Lo solucionó con garrafas que recogen ese sobrante y que emplea para regar y otros usos.

Mi amigo Álvaro creció viendo a los cabuqueros, que en tiempos de nuestros abuelos excavaban la tierra para hacer las grandes galerías de agua que todavía horadan la isla y llevan el agua de las nieves del Teide a los cultivos. Él está convencido de que, si a los niños se les enseñara el enorme trabajo que es, estarían más concienciados del gran tesoro que es el agua. Por eso aboga por lo que llama Operación Aljibe y defiende que fuera un requisito para una casa nueva la construcción de un aljibe comunal que recogiera las aguas pluviales, tal como se está haciendo en Cataluña y Madrid, donde el agua se destina a jardines, lavado de vehículos, cisternas de baños... El aljibe de su casa en el municipio de El Tanque (en la imagen inicial), hecho en 1805 en archete, tosca y cal, puede recoger en un día normal de lluvia, 90.000 litros.

Ya los ancestros recogían el agua. Los guanches en los eres, que eran pocetas en las rocas impermeables del cauce de los barrancos, donde se embalsaba el agua cuando ya dejaba de correr. Fueron las primeras pilas bautismales de los canarios. En Lanzarote y Fuerteventura están las alcogidas, que son parte de las laderas de las montañas que también se acondicionan para guardar aguas de lluvia. Y nuestros abuelos y bisabuelos tenían los aljibes. Lo hay en la casa de los abuelos de mi marido y lo construimos en nuestra casa, hace ya 42 años, cuando nos vinimos a vivir al campo. El suelo de nuestro patio es el techo del aljibe.

Así que hoy me pongo incendiaria y hago un llamamiento para no desperdiciar ni una gota de agua, para pedir a nuestros políticos que le den atención prioritaria a ese tema,  para que nuestras leyes recojan la construcción obligatoria de aljibes, tal como sueña Álvaro, con canalones que viertan en ellos toda esa bendita lluvia que el cielo nos manda. Nos va la vida en ello.

lunes, 26 de febrero de 2024

Esa primera idea


Siempre le regalo libros a mis nietos pequeños por Navidad y este año le tocó a la niña (10 años) una versión (resumida y con dibujos, de Tea Stilton) de "Jane Eyre" de Charlotte Brontë, una de mis novelas preferidas. No sé si le gustará, pero recuerdo muy bien lo que sentí la primera vez que yo leí el original de adolescente y cómo me atrapó esa historia que he oído calificar de "uno de esos libros inagotables que nunca acaban de revelar todo lo que encierran".

Esta vez me leí la versión resumida, por si acaso no captaba lo esencial. Pero no. Allí estaba aquello que me fascinó hace tanto tiempo: la infancia trágica de la protagonista; su estancia en el Colegio Lowood, con el descubrimiento de la amistad, de la muerte, del amor a los libros; su trabajo como institutriz en Thornfield; el encuentro con el sombrío Sr. Rochester; los misterios y secretos que guarda la casa; el espíritu indomable y valiente de Jane... Creo que sí, que le gustará.

Y como a veces suele pasar en la vida, de repente me fui encontrando con la novela a cada paso. Primero, me encontré una noche viendo la tele con la adaptación cinematográfica de 2011 (hay más de 20 adaptaciones de la novela), de Cari Joji Fukunaga, con una interpretación muy buena de Mia Wasikowska como Jane (imagen inicial).

Después, me leí una novela, "El club de lectura del refugio antiaéreo" de Anne Lyons, en el que una librera inglesa recoge durante la II Guerra Mundiál a una niña refugiada judía con la que de entrada no hace buenas migas. Pero es el amor a los libros lo que las une y es precisamente "Jane Eyre" la primera novela que comentan y la primera que proponen en ese Club de lectura que transcurre entre las bombas y los horrores de una guerra.

Con esas señales no me quedó más remedio que volver a leer la novela original, una de las grandes del siglo XIX, que en mi edición de Salvat (de 412 páginas) tiene el inconveniente de tener una letra minúscula de la que ya mis ojos protestan. Pero así y todo, me quedé otar vez cautivada por su romanticismo, por ese ambiente gótico de los libros de esa época, por esa protagonista llena de valor, inteligencia y pasión que prefiere seguir sus principios aunque eso no la haga feliz, por esos páramos en los que el viento aúlla...

Y otra sorpresa más. Entre las paginas me encontré con un artículo amarillento que había guardado hace años en el que se hablaba del descubrimiento de un cuadernito de notas escrito por Charlotte Brontë, en el que describía un incendio provocado, como el que luego va a aparecer al final de su novela. Lo curioso es que ese cuadernito lo escribió ella con 14 años, 17 años antes de publicar "Jane Eyre".

¿Cómo nacen las novelas? ¿Cómo surge en los grandes novelistas esa primera idea que luego se desarrolla en una historia completa? Charlotte Brontë incorpora a su novela los paisajes desolados en los que vivió y su experiencia en instituciones privadas semejantes al Lowood de Jane. Pero me la imagino a los 14 años describiendo ese incendio y vislumbrando en su imaginación una mansión aislada, rodeada de viejos árboles llenos de cuervos y espinas, devorada por un fuego aterrador y, a la vez, purificador, que supusiera el final de una vida de secretos y mentiras y el comienzo de una más limpia. Esa primera idea...

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