A la
casa de mis padres venía a comer casi todas las semanas una pariente lejana de
un tío político mío. Se llamaba Estela y me parecía, a mis ojos de niña,
viejísima. Hablaba mucho de riquezas pasadas y de apellidos de prestigio, que
en nada casaban con su cara mal pintada, su ropa estrafalaria y sus sandalias,
que llevaba aun en invierno. Según me fui enterando (porque los niños se
enteran de todo), había sido una "señorita bien" a la que sus padres al morir
dejaron casas y dinero, pero un sinvergüenza la enamoró y la engañó dejándola
sin nada. Desde entonces vivía de la caridad de personas como mi madre, que
siempre tenía un plato de comida para ella.
lunes, 27 de enero de 2014
lunes, 20 de enero de 2014
El libro de mi hija
Para
pasar a la posteridad esa –ya saben, lo de plantar un árbol, tener un hijo,
escribir un libro-, digo yo, ¿bastará con que anime a mi marido a plantar un árbol
(“Sí, hombre, tú planta un duraznero, abónalo, riégalo, pódalo, sulfátalo… que
yo luego te hago una mermelada”) y con que tenga una hija que escriba un libro?
Porque por ese camino van mis derroteros.
lunes, 13 de enero de 2014
La amante de los libros
Después de aquel primer libro, como si le hubieran abierto una puerta hacia el mundo exterior, vinieron otros muchos que fue eligiendo año tras año en la biblioteca de sus padres: “La isla del Tesoro”, “Sandokán”, “Celia”, “Guillermo el Travieso”, “Viaje al centro de
Por eso
tal vez su hija en unos Reyes le regaló un ebook: “Te va a venir bien para los
viajes. Ya no vas a tener que ir cargando con la biblioteca de Alejandría. Pesa
tan poco que ni notarás que lo llevas en el bolso”. La ADLL dice que a ella a
moderna no le gana nadie y que si para eso hay que tener un ebook, pues se
tiene un ebook y santas pascuas.
Cuando
se fue a la cama con el artefacto, echó de menos, eso sí, el olor y el tacto de
sus amados libros. Pero empezó a leer “El cumpleaños secreto” de Kate Norton y,
aunque no le gustó no poder marcar una hoja donde había una descripción francamente bonita del otoño o subrayar con lápiz
una frase que la conmovió, al final,
como siempre, la historia la atrapó. Lo malo es que para pasar la hoja tenía
que tocar un botoncito que hacía “clic cloc” y su marido, aunque tenía más
paciencia que el santo Job, se rebeló: “Pase que tenga que dormir con una luz
en la cara como si estuviera en un interrogatorio policial. Pero con un clic
cloc en la oreja cada minuto…”. Así que la ADLL desterró el cacharro clic-cloc, como lo llamó
a partir de entonces.
Pero la
hija siguió insistiendo dale que te pego: “Te voy a regalar mi ebook; total, yo
ahora tengo un Ipad con el que también bajo libros. Este ebook es silencioso,
te va a encantar. Además, te he puesto 31 novelas de las que tienes apuntadas…”
La ADLL se emocionó
tanto cuando vio los títulos que no esperó a la noche sino que aquella misma
tarde empezó “La boda de Kate” de Marta Rivera de la Cruz , una historia de una
boda entre septuagenarios y de una investigación en busca de un libro perdido.
Pero no
había llegado a la página 30 –empezar a conocer a Kate y las razones por las
había dado calabazas tres veces al amor de su vida, Forster Smith- cuando la
pantalla del chisme se oscureció y no se encendió más. Mecachis.
Se
sintió estafada, la verdad. Igual que si hubiera empezado a probar unos huevos
mole, uno de sus postres preferidos, con sus huevos almibarados y su toque de
almendra amarga al final, y se los hubieran quitado de delante nada más
paladearlos. Llamó a su hija enseguida: “Eso es que te lo bajé mal –le contestó
mientras le hablaba de no sé qué sistemas- Prueba esta noche con algún otro a
ver”.
Y eso
hizo. Esa noche, clic, encendió el chisme y se dispuso a leer un libro de Nicolás Barreau, “Un atardecer en
París”. Alain Bonnard es el propietario de un cine, el Cinéma Paradis, en pleno
corazón de París. Es un cine- sin palomitas- que ha heredado de su tío Bernard,
de quien aprendió todo lo que hay que saber de cine. Alain Bonnard ha tenido la
idea de añadir todos los miércoles una sesión de noche –Les amours au Paradis- en la que proyecta todas esas viejas películas
que tanto le habían fascinado: “El rayo verde”, “Al final de la escapada”, “Casablanca”,
“Desayuno con diamantes”… A esas sesiones viene una mujer misteriosa con abrigo
rojo que siempre se sienta en la fila 17 y…¡clac! Otra vez se oscureció la
pantalla y la ADLL
se quedó con un palmo de narices.
Al día
siguiente ni se lo pensó. Fue a su librería preferida, compró los dos libros
interrumpidos, y puso el cacharro clic-cloc y el cacharro cortarrollos en el
fondo de un armario. Esa misma noche se recostó en sus cojines, se puso las
gafas, abrió uno de los libros, se sumergió en la historia, subrayó lo que
quiso subrayar… y se sintió feliz.
martes, 7 de enero de 2014
Una flor en la conversación
El día
1 de enero, a la caída de la tarde, unos amigos nos invitaron a su casa, amplia
y generosa, a comer una paella en amor y compaña: mesas redondas que facilitaban
la conversación, una decoración navideña blanca y dorada, grandes cristaleras
desde las que se veía a lo lejos el Teide todavía nevado, y el sol poniéndose sobre
el mar. Y lo mejor de todo, gente agradable con la que hablar en esa noche
tranquila después de los festejos y con la que brindar por el año que empieza.
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